Kirchner y el regreso de los viejos fantasmas


El diario "La Nación" del domingo publicó la siguiente columna:http://www.lanacion.com.ar/opinion/nota.asp?nota_id=944496

Angela Merkel pareció sor Teresa de Calcuta cuando los Kirchner vieron irrumpir a Eduardo Duhalde y a Hugo Moyano. Nada de lo que pudo decir la popular canciller alemana -y dijo algunas cosas- fue peor que la impronta desafiante de esos políticos argentinos de hombros anchos y caminar altivo. Uno más cerca que el otro de Kirchner, los dos dejan siempre en el paladar presidencial el regusto de la desconfianza. Moyano se metió en el escenario empujado por la inflación y la ambición. Duhalde es el enfermero más eficaz del peronismo herido.

A Hugo Moyano no lo esperó. Lo invitó. Moyano venía derrapando entre los elogios y las críticas a Cristina Kirchner. Al jefe de la CGT se le fueron algunos gremios que lo consideran demasiado autoritario en la conducción de la central obrera. Kirchner duda: ¿Moyano quiere mejores salarios o más poder? Prefiere creer que se trata de una cuestión de poder más que de salarios. Los aumentos salariales por encima de la inflación fogonean la inflación. Pero no deja de hablar con los gremios que quisieran ver a la otrora poderosa UOM desplazando a Moyano del liderazgo gremial.

Kirchner tiene una relación extraña con los dirigentes gremiales. Como buen caudillo de provincia, no está acostumbrado a tratar con esos hombres en condiciones de indisciplinarle el espacio público. Eligió no eludir el trato con ellos, pero también conservar cierta distancia. Les ha dado algunos negocios; eso les gusta a los dirigentes gremiales. En rigor, llenó de recursos las cajas de los gremialistas y convirtió al propio Moyano en sindicalista y empresario.

La opción del Presidente es ardua por donde se la mire: o arregla con esos dirigentes ambiciosos o termina en manos de los gremios y comisiones obreras en manos de la izquierda rupestre. A ésta la está padeciendo ya en las huelgas de los subterráneos y, asegura, en los porfiados alborotos de su propia provincia. Un informe de los servicios de inteligencia avisó a Kirchner de la última literatura del Partido Obrero, que está mezclado con muchas protestas sindicales; en ella promueve el foquismo violento . Romper con Moyano es un lujo que, así las cosas, no se puede dar.

Moyano le habló a Kirchner de la inflación descontrolada de las últimas semanas, que se siente sobre todo en los precios de los alimentos. La inflación ya no cierra ni siquiera la boca del prudente presidente del Banco Central, Martín Redrado, célebre por su cintura de político más que por su arte de economista, que también lo tiene. En Berlín, Cristina Kirchner escuchó preguntas de empresarios sobre los estropicios hechos en el Indec. Contestó con sus conocidas metáforas sobre los libros sagrados, calcadas de las que expuso ante empresarios argentinos.

Es, sin duda, su respuesta más débil para un problema que preocupa, por razones distintas, desde Berlín hasta Villa Lugano. Aun cuando esbozó algunas defensas, la senadora debió percibir también en Alemania que Hugo Chávez nunca será una buena compañía para deslizarse por los palacios que gobiernan el mundo. Políticos y empresarios alemanes le preguntaron por la alianza de su gobierno con ese pintoresco caudillo latinoamericano.

La cuestión Moyano será, con todo, una de las pocas cosas que no terminarán para Kirchner el 10 de diciembre. Seguirá lidiando con él y con los caudillos del conurbano. A Cristina Kirchner le agrada, puntual y protocolar, al revés de su marido, reflexionar con Angela Merkel, con Rodríguez Zapatero o con Hillary Clinton.

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