Cosas de todos los días…

Hace pocos días cerca de seis trabajadores encontraron la muerte en su trabajo. En negro, sin reconocimiento de su condición legal, sin recibos de sueldo, sin seguros, sin controles, ningún organismo público supo de ellos.

Fueron invisibles hasta para los Ministerios de Trabajo, (nacional y provincial) fueron invisibles para los sindicatos, (ochocientos cincuenta dicen tener inscripción en la provincia, trescientos veintidós con personería, las obras sociales, los seguros, los inspectores, afiliadores, visitadores,) y todo una gama de burócratas ambulantes que ignoraron esa como tantas otras situaciones.


 

Poco tiempo antes se habían derrumbado edificios en la capital federal, por la falta de control, con daños a los trabajadores. Nuevamente, invisibles hasta el desastre.

Y algo antes de ello, en plena ciudad de Buenos Aires, se presentó ante todos nosotros la comprobación de trabajadores migrantes reducidos a la servidumbre, victima de un siniestro.

Todos tienen una característica común: son habitual y necesariamente invisibles: sólo aparecen ante nosotros (los medios nos hacen saber de ellos, y entonces los reconocemos) en el ardor de sus cuerpos calcinados o al despejarse el polvillo del derrumbe.

Suelen no tener nombran y ya no lo tendrán porque la noticia pasa.

Porqué? Porque entre el esclavo y la marca "trucha" que cosía es más noticia la marca.

Porque entre el derrumbe y el muerte migrante importa más resaltar la pérdida arquitectónica (migrantes habrá siempre).

Porque seis muertos calcinados ya no importan, si no pueden ser filmados en plena agonía. Las cenizas no dan bien en cámara.

Cuántas muertes de obreros son necesarias para hacer una noticias? Cuantas de esas noticias son necesarias para darse cuenta de la necesidad de reflexionar, que algunas cosas están fallando en este país?

Los sindicatos siguen sin recuperar su capacidad de fiscalización.

Los ministerios apenas alcanzan para las denuncias y ni pensar en las acciones de oficio.

Parece necesario plantearse que estamos sufriendo una sangría lenta y continua, donde la vida de un trabajador adquiere el real valor que el sistema le asigna: un bien de intercambio, fácilmente sustituible. Nos duele ante los medios la pérdida arquitectónica, el fraude marcario, pero no tomamos ninguna acción por la defensa de los trabajadores.

Cuál es la hora en que debe comenzar a recuperarse la idea de que el trabajo decente implica necesariamente personas dignas? Cuanto tiempo será necesario esperar para que los sindicatos, las autoridades, los patrones, acepten que la dignidad no es algo circunscripto al reclamo judicial, al pedido individual, sino una construcción necesaria, de todos, periódica, permanente?

Es necesario cambiar nuestra conciencia jurídica y desafiarnos a avanzar, corriendo los mojones de lo que llamamos justicia hacia nuevas fronteras.

Quien defenderá a los migrantes, internos o externos, y a los trabajadores en negros, si las organizaciones sindicales no afilian a los trabajadores sin recibo? Quien reclamará por las condiciones de trabajo si la justicia no reconoce la legitimación individual de las organizaciones gremiales?

Avanzar en la justicia nos exige más, porque hasta ahora no alcanza.


 

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